7. Tan fácil como el abecedario…
Muchas personas son reacias a aprender idiomas porque tienen la sensación de que van a tardar años en aprenderse todo el vocabulario y la gramática. Sin embargo, la evidencia sugiere que, con el enfoque y la motivación apropiados, la mayoría de las personas son capaces de conseguir, como mínimo, un dominio básico de un idioma extranjero.
Un ejemplo de ello son las personas
de grupos desfavorecidos que a menudo
han crecido sin haber aprendido
jamás a usar un idioma extranjero, y
a veces, incluso, apenas si manejan
su lengua materna. Pero se trata de
algo que tiene más que ver con sus
circunstancias sociales que con ninguna
capacidad innata, como ha quedado
demostrado ampliamente con el
proyecto Allegro respaldado por la UE.
Si bien aprender un idioma (incluso
la lengua materna) puede ser un
proyecto para toda la vida, tampoco
hace falta llegar a ser escritor, poeta
u orador en la lengua extranjera.
Juventud contra sabiduría
Existe la percepción generalizada de que los
niños son los que mejor aprenden los idiomas.
Tienen una mente más flexible y menos
inhibiciones, disponen de gran cantidad
de tiempo y les encanta imitar, todo lo cual
resulta de enorme ayuda, sin olvidar que su
mayor capacidad para captar el acento les
hace sonar más convincentes. Sin embargo,
los adultos también tienen sus bazas:
conocen mejor la mecánica y la estructura
del idioma, y entienden con más facilidad la gramática. Los inmigrantes adultos
adquieren a menudo un dominio del idioma
de acogida parecido al de sus hijos, aunque
casi nunca acaban de hacerse con el acento.
Por ello, argumentar que alguien es «demasiado
viejo» es poco menos que una excusa.
El proyecto JoyFLL financiado por la UE
lo ha demostrado por un medio innovador
y novedoso que aprovecha el vínculo intergeneracional
entre abuelos y nietos, que
suele ser muy fuerte, para animar a ambos
a mejorar sus competencias lingüísticas.
Un nivel para cada persona
En realidad, aunque no se tenga
ningún conocimiento de un idioma,
resulta sorprendente lo mucho que
podemos entender. Así sucede en
especial con los idiomas que pertenecen
a la misma familia lingüística.
Sin embargo, eso también se cumple
en menor medida con idiomas totalmente
desconocidos gracias a lo
que se denomina la «competencia
discursiva» e «intercomprensión».
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